sábado, 7 de abril de 2012

Número veinticuatro

Quien me quiera amar
Amará también lo peor de mí con ardor

Ahora es cuando si bien mi mente está casi en calma, mi cuerpo anda alegando que estoy secretamente nervioso.

Varias preguntas sueltas han surgido durante estos días, aunque algunas parecen tener respuestas.

Me pregunto cuánto durará.
Me pregunto cuán difícil será todo esto
Y si seré capaz de hacerle frente
Me pregunto si alguna vez querrás huir
Y si lo harás
Me pregunto si alguna vez te aburriré
Y si podré hacer algo al respecto

Y al mismo tiempo, mi mente fantasea con la pregunta de si eres el amor de mi vida (que antes de tener algo contigo ya rondaba en mi cabeza haciendo estragos), y si llegaremos a tener esa casa perdida de la que te hablé. Esa que no tendrá pescados colgados en la muralla, que tendrá una cocina a leña, que tendrá un río cerca o que por lo menos habrá agua circulando por ahí.
Esa que tendrá frambuesas para que en el verano las cosechemos.

Y (no tan) secretamente pienso a veces, cuando estoy en la duda, que si lo fueras sería una bonita experiencia, la más bonita. Y a veces siento que sí, que lo eres, que eres esa persona con la que estaré toda mi vida, esa persona que será la primera que veré en las mañanas y la última que veré en la noche. Siento que si se terminara o si pasara algo que hiciera que no estuviéramos juntos, no lograría sentir lo mismo por otra persona. Me sentiría incapaz de sentir en lo absoluto. Y si bien de repente supongo que esto último es especial, también creo que es lo que la mayoría de la gente siente cuando está enamorada y que no por eso no termina o no vuelven a sentir. Entonces mi mente queda en un limbo, en un vaivén entre la seguridad de lo que tenemos, de lo que sentimos, y la inseguridad de la ceguera  propia de los sentimientos, de lo que depara el futuro.

Supongo que no se sabrá hasta mucho más adelante. Nada que hacerle.